Actualmente, con un equipo, todo de monjas, están trabajando en la construcción de la iglesia de Santi Angeli Custodi en Francavilla al Mare (Chieti), en la región de Abruzos, al este de Roma.
Estos días está en Koinè, la feria de Vicenza (Véneto), noreste de Italia, dedicada al sector religioso organizada por el Italian Exhibition Group.
Maria Josefina, de 47 años, es una verdadera ingeniera y no solo por el título obtenido con tanto esfuerzo hace años.
Siguió unas obras públicas, "lo que había querido toda la vida", y fue en una empresa que operaba en el sector de la consolidación de rocas, cuando le llegó la vocación.
A los 27 se graduó, a los 32 ingresó al convento.
"Mi padre me dijo: '¿pero el Señor no pudo pensar en eso antes? Todos estos estudios...' Y, en efecto, yo también había pensado en cortar con el pasado. Y, en cambio, todo volvió", relató.
"El elemento fundamental del proyecto es la oración y por eso decimos que todas nuestras hermanas están en el equipo porque sin oración nada se logra", sostuvo.
La iglesia de Francavilla debería estar lista en un par de años.
"Tuvimos algunos problemas con el hierro y otras materias primas porque la guerra (entre Rusia y Ucrania, ndr) aumentó los costos y retrasó las entregas", señaló, pero la obra ahora avanza.
Sor María Josefina nació en Venezuela "pero porque mis padres trabajaban allí entonces, somos sicilianos a todos los efectos, ¿No se nota por el acento?", pregunta entre risas.
El equipo que está construyendo la iglesia en Abruzos está formado, además de ella, que es ingeniera, por una monja arquitecta, sor Mariella Mascitelli, la mosaiquista sor Agar Loche y la experta en liturgia, sor Emmanuela Viviano. Son de la orden de las Pías Discípulas del Divino Maestro, rama de las Paulinas.
En Roma están en una zona difícil, la del Trullo, donde hay un taller de cerámica.
"Pero no es un lugar donde sólo se producen objetos, es sobre todo un lugar de oración".
Allí se encargan de todo lo relacionado con la liturgia, hasta la música, las vestiduras, las flores.
"Las flores también tienen un significado litúrgico. Por ejemplo, nunca deben colocarse en el altar y los colores deben elegirse con cuidado. La decoración, como decimos, debe ser sobria, noble y digna", dice sor Josefina.
De hecho, en la feria de Vicenza sus encuentros sobre arreglos florales son los más concurridos.
El otro frente en el que trabajan y realizan proyectos estas religiosas es el de la innovación en las vestiduras litúrgicas.
"Apuntamos a los tejidos naturales y a eliminar todo lo sintético. El tejido del futuro para las vestiduras eclesiásticas es el cupro", una mezcla entre algodón y seda vegetal, todo ello en nombre del cuidado de la casa común mencionado por el Papa Francisco en su encíclica "Laudato si'".
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