Imposible
no volver a pensar en aquel día de 1995 en el que el rugby
unificó un país y lo hizo una nación arcoíris.
Nelson Mandela visitó el campo de juego vistiendo una
camiseta N° 6 del capitán Francois Pienaar, el premio Nobel de
la Paz, Demsond Tutu, rebozante de alegría por la victoria sobre
las gradas, el gran derrotado, Jonah Lomu, no consiguió hablar
por la desilusión, pero halló la fuerza para felicitar a los
adversarios.
En aquella final del Mundial, el primero en el que tomaron
parte los Springboks que hasta ese momento estaban fuera del
escenario internacional a causa del apartheid, se escribían
libros y se hacían películas como "Invictus", de Clint Eastwood.
Pero sólo ahora, 28 años después, la historia se repite.
La de mañana, en el Stade de France será una final
histórica, en la que se enfrentan los únicos dos combinados que
llevaron consigo el trofeo llamado William Webb Ellis.
Y son
también las dos que, desde 2007 a hoy, se dividieron el título
iridiscente: en 2007 y 2019 los Springboks, en 2011 y 2015 los
All Blacks.
En suma, un gran evento para no perder y que, una vez más,
puede hacer la historia de un país. "Es el partido más
importante de mi carrera -explicó el capitán de Sudáfrica, Siya
Kolisi, símbolo viviente de como cambió la 'Rainbow Nations'
desde aquel día de 1995-.Nunca antes en la vida existirá la
ocasión de jugar un match de este tipo, una final mundial contra
los All Blacks, y de lo que hagamos dependerá el humor de 62
millones de sudafricanos".
"No pueden comprender cuántos mensajes hemos recibido, la
gente nos dice que los momentos en los que nosotros jugamos son
los únicos de felicidad pero ellos, más bien nos dicen que
nosotros, como equipo, en verdad unificamos al país y
representamos a cada tipo de persona", aclara..
También para Nueva Zelanda este juego puede cambar las
personas. "Los All Blacks siempre tuvieron un lugar especial en
el corazón de los neozelandeses -las palabras del director
técnico Ian Foster, en la conferencia de prensa en la vigilia-.
Las manifestaciones de afecto y apoyo que hemos recibido de
nuestro país son impresionantes, y nos han emocionado".
"Normalmente, nosotros, los neozelandeses somos
conservadores y cínicos. Mostramos nuestro amor y nuestro
respaldo mientras criticamos, pero la situación cambió, e
imprevistamente en nosotros hay mucha excitación. Nuestras
motivaciones, las ganas de ganar, vienen tanto de nosotros
mismos como de las grandes victorias del pasado. Lo obtenemos de
la historia y de la herencia de esta camiseta, que es enorme
para nosotros", puntualiza.
Y pensar que los All Blacks, según los corredores de
apuestas que ahora los dan como favoritos, no deberían haber
estado aquí, porque llegaron a Francia después de unos
resultados decepcionantes que provocaron el despido de Foster,
que luego regresó debido a la revuelta de los jugadores.
Empero, mañana, pase lo que pase, será el último partido del
técnico, así como de los campeones del mundo de 2015 y
"monumentos" del rugby neozelandés, Aaron Smith (el que dirige
el Haka con un remo maorí), Brodie Retallick y Sam
Whitelock. Irse luego de un triunfo en el Stade de France es su
objetivo declarado.
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