"Desde esta tierra bendita por el Creador, quisiera invocar con ustedes, por intercesión de María Santísima, al Don de la Paz para todo el pueblo", dijo Francisco en el Angelus, al final de la misa celebrada para 35 mil personas en el estadio de Puerto Moresby, uno de los últimos actos de la visita a Papúa Nueva Guinea.
"En particular - agregó -, lo pido para esta gran región del mundo entre Asia, Oceanía y el Océano Pacífico. Paz, paz para las Naciones y también para la creación".
"¡No al rearme y a la explotación de la casa común! ¡Sí al encuentro entre pueblos y culturas, sí a la armonía del hombre con las criaturas!", insistió el Pontífice.
Llega así el tan esperado llamado de Bergoglio, en este viaje entre el sudeste asiático y el Pacífico, no sólo por el fin de los conflictos, sino también por la protección del medio ambiente, entre otras cosas en un país donde innumerables islas viven la angustia de la crisis climática y el aumento del nivel de los océanos, un problema real y particularmente sentido.
El Papa, entre otras cosas, en su discurso ante las autoridades, había pedido que el uso de los recursos locales beneficie también a las poblaciones locales, y no sólo, posiblemente, a las multinacionales. Y precisamente a propósito de los fenómenos naturales extremos, Francisco recordó también en el Angelus la inundación que acaba de azotar el Santuario de Lourdes.
Por la tarde, el Papa viajó a Vanimo, en la costa noroccidental de Papúa, para llevar su cercanía y apoyo a una Iglesia que no puede ser más "de frontera". Y en el C130 de la Fuerza Aérea Australiana llevaba consigo una tonelada de medicinas, ropa, juguetes y otros materiales, como explica la Oficina de Prensa del Vaticano, confirmando la noticia anticipada el sábado por ANSA.
Los destinatarios son los pobres y los niños de la zona a través, en particular, de dos de sus viejos conocidos, los misioneros argentinos del Verbo Encarnado, los padres Alejandro Díaz, de 51 años, y Martín Prado, de 35, a cuyas invitaciones se debe esencialmente la visita.
Gran alegría para los dos misioneros y sus hermanos al recibir a Francisco primero en la explanada de la catedral de Vanimo para el abrazo festivo de los fieles de la diócesis (el Papa también llevaba un tradicional sombrero indígena con plumas) y luego en el cercano pueblo de Baro para la reunión privada en la escuela.
"¡Aquí son 'expertos' en belleza, porque están rodeados de ella! - exclamó el Papa en su discurso -. Viven en una tierra magnífica, rica en una gran variedad de plantas y pájaros, donde uno se queda sin palabras frente a los colores, sonidos y aromas, y al grandioso espectáculo de la naturaleza explotando de vida, evocando la imagen del Edén!".
Pero su petición es también que "la belleza de las vistas corresponda a la de una comunidad en la que nos amamos unos a otros".
Sólo así será posible formar "una gran orquesta capaz, con sus notas, de recomponer rivalidades, de superar divisiones -personales, familiares y tribales-; de desterrar del corazón de las personas el miedo, la superstición y la magia; de poner fin a comportamientos destructivos como la violencia, la infidelidad, la explotación, el uso del alcohol y de las drogas: males que hacen infelices y encarcelan a muchos hermanos y hermanas, también aquí", dijo.
Mañana Francisco, tras el encuentro con los jóvenes en el estadio de Port Moresby, dejará Papúa Nueva Guinea, país donde los cristianos representan el 69% de la población y los católicos el 30,6%, para volar a Timor Oriental, donde los católicos representan incluso el 98%, el porcentaje más alto del mundo, la tercera etapa del viaje que comenzó en Indonesia y terminará en Singapur.
El Papa ha superado la mitad de esta gira de 12 días y hay que reconocer, a la no tan tierna edad de 87 años, su buena capacidad para soportar el cansancio, los viajes constantes y los husos horarios.
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