La Fábrica de San Pedro es un ente creado expresamente para la gestión del conjunto de las obras necesarias para la realización arquitectónica y artística de la Basílica de San Pedro en el Vaticano.
Las normas también exigen comportamiento general digno y "adecuado al carácter de un empleado de una organización vinculada a la Santa Sede".
Normas estrictas, algunas de las cuales son difíciles de comprender para los observadores legos, son aquellas a las que están sometidos los "sampietrini", es decir, los trabajadores históricos que siempre han sido responsables del mantenimiento del lugar de culto, y con ellos los empleados y directivos contratados en los distintos niveles de la Fabrica, órgano administrativo nacido con la propia basílica vaticana.
Entre los "requisitos generales" para la contratación se señalan: "profesar la fe católica y vivir según sus principios"; "certificado de compromiso religioso, moral y civil expedido por el respectivo párroco u otra autoridad religiosa" y "para personas casadas, acta canónica de matrimonio".
Al ser nombrado o contratado, el empleado debe emitir "la profesión de fe y prestar juramento de lealtad y observancia del secreto oficial".
El reglamento también establece reglas precisas de conducta y prohibiciones cuya violación conlleva sanciones disciplinarias que pueden llegar a la suspensión, la exoneración y el despido.
El personal de la Fabrica "se compromete a observar una conducta religiosa y moral ejemplar, también en la vida privada y familiar, conforme a la doctrina de la Iglesia" y "debe también tener una conducta educada en el servicio, respetuosa del lugar sagrado y correcta en el hacia los demás y el medio ambiente". Naturalmente "tiene el deber de realizar su trabajo con diligencia, rigor, sentido de responsabilidad y espíritu de plena colaboración".
Reglas también de "decoro": "Están prohibidos los tatuajes visibles en la piel y los elementos de perforación corporal".
Sin embargo, en lo que respecta al "secreto y la confidencialidad", las normas obligatorias ponen de relieve el temor a posibles "cuervos" y filtraciones de información, como ya ocurrió en la época de los tristemente célebres "Vatileaks": los empleados "no pueden dar información sobre documentos a nadie que "no tiene derecho a ello" o a noticias de las que haya tenido conocimiento debido a su trabajo o servicio", mientras que el "secreto pontificio" será observado "con especial cuidado".
Además, "sin la autorización previa del Presidente, nadie podrá emitir declaraciones y entrevistas, incluso a través de herramientas y plataformas digitales, que afecten a las personas, actividades, entornos y orientaciones de la Fábrica".
Ni que decir tiene que también está prohibido "sustraer documentos originales, fotocopias, copias electrónicas u otro material de archivo y trabajo" y "utilizar indebidamente sellos y membretes de oficina".
Finalmente, está prohibido "utilizar materiales, programas informáticos, herramientas y equipos propiedad de la Fábrica con fines privados", así como "recibir en su oficina a extraños sin permiso".
Por último, pero no menos importante, las prohibiciones de "unirse a instituciones o asociaciones cuyos fines no sean compatibles con la doctrina y disciplina de la Iglesia o en cualquier caso participar en sus actividades", y de "realizar actividades o participar en eventos que no estén en de conformidad" con el ser empleado por un organismo del Vaticano.
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