"Gracias por hacerme sentir como en casa". Fue Ratzinger quien lo escribió en una carta enviada a los gerentes de su restaurante favorito en Roma inmediatamente después de convertirse en Benedicto XVI.
Naturalmente, como Papa tuvo que dejar de frecuentar la "Cantina tirolese, en via Vitelleschi, en el barrio de Borgo, a la que se puede llegar desde el Vaticano en unos minutos a pie, un lugar que tantas veces lo había hospedado como cardenal.
Allí se sentía a gusto, tenía "su sitio" en aquella mesa cuadrada para ocho, de madera maciza como los bancos. Ahora una placa, sus cartas de agradecimiento y dos fotos, una con Juan Pablo II, lo recuerdan justo en la pared junto a donde se sentó.
Un lugar íntimo donde poder saborear los sabores de su tierra natal. Y sobre todo le gustaba el strudel, hecho sobre la base de la antigua receta tirolesa.
Los gerentes del restaurante sabían bien lo goloso, algo que no perdió ni siquiera cuando se convirtió en Pontífice. "Cada 16 de abril, su cumpleaños, dice Alessandra D'Amico, quien administra el restaurante junto con los dueños, Ratzinger recibía un strudel, su postre favorito".
"Lo llevábamos directamente al Vaticano. Pasaba varios controles, pero finalmente algo le llegaba, porque regularmente recibíamos su carta de agradecimiento", agrega.
La Cantina tirolese, inaugurada en 1971 por Gertrude Macher, oriunda de Graz, ha tratado siempre de preservar las tradiciones culinarias austriacas y también de garantizar la confidencialidad tan apreciada por muchos de sus comensales, a menudo ilustres residentes dentro de las Murallas del Vaticano o en sus proximidades. .
Luego fue su hija Manuela quien se hizo cargo del lugar: "Fue ella quien acogió al cardenal Ratzinger durante años", evoca D'Amico, que recuerda que Manuela murió hace siete años a los 54 de edad.
"El cardenal Ratzinger venía aquí al menos una vez cada dos semanas, en compañía de prelados o cardenales, pero también solo- No era un gran bebedor de cerveza, al contrario, prefería el jugo de naranja, comía todos nuestros platos tiroleses, como el goulash", añade la mujer.
"Pero le gustaban especialmente los dumplings o Knödel". Son ñoquis grandes hechos de pan blanco duro, sazonados con cebollín, huevos y cebolla, sumergidos en caldo de carne. "Amaba nuestra cocina porque era suya, la de los orígenes".
La Cantina tirolesa, ahora regentada por el hijo de Manuela, Riccardo, lo recuerda no solo con esa mesa solicitada sobre todo por los turistas, sino también a la entrada, con una colección de artículos dedicados a las comidas favoritas que a Ratzinger le encantaba comer allí, a dos pasos del Vaticano, pero como si aún estuviera en Baviera.
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