Hasta el punto de inducir a la extrema derecha de Marine Le Pen a aliarse con la izquierda radical de Jean-Luc Mélenchon para torpedearlo y arruinar el proyecto presupuestario que la oposición considera una lágrima.
En Francia, alérgica a los recortes de gastos, con un parlamento dividido en tres bloques irreconciliables desde las elecciones legislativas anticipadas del pasado verano boreal, la misión de Barnier era casi imposible.
Hablando por última vez como premier en la Asamblea Nacional, antes de la moción de censura de esta tarde, volvió a la "realidad" del colosal déficit que pesa sobre las finanzas públicas de la República.
"Intenté abordarlo presentando textos financieros difíciles.
Hubiera preferido distribuir dinero, aunque no lo tuviéramos.
Pero esta realidad persiste y no desaparecerá con el hechizo de una moción de censura. Esta realidad se presentará ante cualquier gobierno, sea el que sea", advirtió el premier saliente, de 73 años, afirmando que estaba "orgulloso de haber construido en lugar de haber destruido, deservir a Francia y a los franceses con dignidad".
El ya expremier pasó tres meses cuesta arriba: nombrado el pasado 5 de septiembre con el objetivo de superar el impasse político y restablecer las desastrosas finanzas públicas francesas, Barnier pasará a los anales de la política francesa como el primer ministro más grande (y más corto, porque su mandato al frente del gobierno duró sólo 91 días).
Exparlamentario por Saboya, excomisario de la UE, exministro de los presidentes Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy, el neogaullista pasado de moda, de estilo serio y elegante, gustaba de presentarse como "un montañés", decidido a superar los obstáculos "paso a paso", en contraposición al enfoque hipercomunicativo de Gabriel Attal, el primer ministro macroniano más joven de la historia de Francia, su inmediato predecesor en Matignon.
Anoche, en directo, Barnier quiso expresar, una vez más, la esperanza de una "demostración de responsabilidad" por parte de la oposición.
Pero esta mañana, en privado, la impresión fue otra.
El primer ministro "no se hace ilusiones" sobre la caída de su gobierno, había afirmado su entorno.
Desde la época del premier Georges Pompidou, en 1962, el Palais Bourbon no había derrocado a un ejecutivo mediante la llamada moción de censura apoyada esta tarde por Le Pen y Mélenchon.
De nada sirvieron las múltiples concesiones hechas por Barnier al Rassemblement National de los últimos días: desde frenar el aumento de los impuestos sobre la electricidad hasta recortar la ayuda médica estatal a los extranjeros.
A pesar de las incógnitas que pesan sobre el país y de la imposibilidad de convocar nuevas elecciones antes de julio de 2025, Le Pen no escuchó razones y puso fin definitivamente a lo que hoy definió como "un gobierno efímero".
Antes que ella, el miembro de La France Insoumise, Eric Coquerel, había hablado desde el extremo opuesto de la cámara y había concluido su discurso -entre gritos de aprobación y objeciones de los parlamentarios- con las siguientes palabras: "Michel Barnier caerá en desgracia".
Tonos alejados de los sobrios y mesurados del saboyano, que una vez hechas las maletas en Matignon podrá ir a tomar oxígeno a sus amados Alpes.
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS © Copyright ANSA