Ni siquiera las duras críticas de la ONU y numerosos países occidentales dirigidas al veredicto fueron suficientes. Tampoco la decisión del jurado del Premio Pulitzer de premiar al opositor por sus editoriales en el Washington Post.
La Corte Suprema rusa ha confirmado totalmente la condena: una condena de naturaleza política, en contra de la libertad de expresión.
El gobierno ruso intensifica cada día más la represión política, y al inicio de la guerra promulgó una ley de censura que prevé hasta 15 años de prisión para quienes se oponen a la invasión o denuncian los ataques a civiles en Ucrania.
Pero con Kara-Murza, el Kremlin ha utilizado una mano aún más pesada, acusándolo incluso de "alta traición" y condenándolo hace un año a un cuarto de siglo tras las rejas en un juicio a puerta cerrada.
"Toda esta situación se basa en la negación misma de los conceptos de derecho, justicia, legalidad", escribió Kara-Murza en un artículo en el Washington Post a principios de abril.
"Pero también se basa en una falsificación burda y cínica, en un intento de considerar las críticas a las autoridades como un daño al país, de presentar la actividad de oposición como traición".
Casi todos los opositores rusos están ahora en el exilio o injustamente encarcelados. O han muerto, como en el caso de Alexey Navalny.
Kara-Murza está detenido en una prisión de máxima seguridad en Siberia, donde denuncia que se le obliga a pasar largos períodos en aislamiento con pretextos arbitrarios.
Y después de la muerte en prisión de Navalny, su esposa Evgenia Kara-Murza ha expresado temor por su propia vida.
Se sospecha que Kara-Murza ha sido envenenado dos veces: en 2015 y luego nuevamente en 2017. Dos episodios que según sus abogados siguen afectando la salud del hombre de 42 años.
Kara-Murza también era muy amigo de Boris Nemtsov, el opositor y ex viceprimer ministro asesinado hace nueve años en un puente a pocos pasos de las murallas del Kremlin.
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