"Una respuesta de Israel provocará una reacción devastadora": Irán, después de muchas precauciones, efectuó un golpe al lanzar un ataque misilístico contra el Estado judío.
La acción fue de vasto alcance, con centenares de misiles, pero limitada en el tiempo y aparentemente sin provocar grandes daños. Con el evidente objetivo de mostrar los músculos, sin querer desencadenar una guerra abierta con el enemigo de siempre.
Esta es la línea que finalmente un renuente Ali Jamenei decidió adoptar presionado por los halcones que le solicitaban aprobar una represalia fuerte por los homicidios de Hassan Nasrallah e Isamail Haniyeh.
El resultado, un blitz similar al de abril, anunciado y en gran medida neutralizado por Israel y sus aliados, que permitió a Teherán al menos salvar las apariencias y restablecer sobre el papel un principio de disuasión en la región. O tal vez fue una apuesta, en la medida en que Israel ya aseguró que responderá con la fuerza.
El régimen de los ayatolás quedó profundamente consternado por el asesinato del líder chiita libanés: el último objetivo importante alcanzado por Israel, después de haber desmantelado también los mandos militares del Partido de Dios y de haber decapitado a Hamás, al matar a Haniyeh con una bomba colocada en Teherán. Pero en las reuniones de emergencia convocadas para hacer balance de la situación surgieron profundas fisuras en el establishment, según reconstruyó el diario New York Times.
Jamenei, incluso en sus intervenciones públicas, había dejado claro que Hezbolá vengaría a su líder y que Irán solo le proporcionaría "apoyo".
El jefe de los Pasdaran, el general Hossein Salami, se expresó en el mismo sentido y envió a un miembro de la élite de su organismo a Beirut para ayudar a Hezbolá a levantarse nuevamente.
El tono adoptado por el presidente, Masoud Pezeshkian, en la Asamblea General de la ONU fue aún más conciliador: Teherán, aseguró, estaría dispuesto "a deponer las armas si Israel hace lo mismo".
Una línea caracterizada por el pragmatismo, en una fase en la que la diplomacia iraní intenta retomar el diálogo con Occidente sobre el dosier nuclear, para escapar de las sanciones que contribuyeron a hundir la economía del país.
Una economía que, por el contrario, sufriría nuevos golpes duros por una guerra abierta con Israel, que goza de una clara superioridad militar.
En el frente opuesto a Teherán figura una cuota influyente del régimen preocupado por las continuas señales de debilidad hasta aquí mostradas frente a las potencias rivales en el Medio Oriente (no solo Israel, sino también las monarquías sunnitas).
Una facción en la que destaca el ultraconservador Saeed Jalili, que instó a atacar a Israel antes de que lo hiciera el enemigo. Una posición compartida por el ayatolá Mohammad Hassan Akthari, según el cual Irán debería enviar tropas al Líbano junto con Hezbolá, como hizo con el régimen de Assad durante la guerra civil en Siria.
El mismo Jamenei, que después de la muerte de Nasrallah se vio obligado a trasladarse a un lugar de máxima seguridad, era consciente de que el régimen no podía únicamente observar.
Y, por ello, autorizo el bis del ataque a Israel del 13 de abril, que no produce resultados, pero fue igualmente inédito y de fuerte impacto de imagen (principalmente con fines internos): una solución de compromiso para poner de acuerdo halcones y moderados.
Ahora se espera la jugada de Israel. Teherán cerró su espacio aéreo y declaró el estado de guerra en la esperanza de que el conflicto bélico verdadero no explote.
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