Su "Diario de un volcán" es uno de los primeros libros publicados sobre la erupción y en estos días la autora tuvo largas filas de personas para que les firmara un ejemplar durante la IV edición del Festival hispanoamericano de escritores (FHE), que se celebra en Los Llanos de Aridane (La Palma), precisamente una de las localidades más afectadas por la erupción.
En realidad, el libro lo fue escribiendo, sin ella saberlo todavía, cada día, durante los 85 que duró la erupción, la de mayor intensidad en Europa desde la del Vesubio de 1944.
Su diario lo fue mandando a un periódico, www.eldiario.es, que lo publicaba cada día, y en mayo pasado una editora alemana le propuso publicarlo en un libro en doble versión español-alemán.
El libro se presentará el próximo mes en la Feria de Frankfurt.
En todo este camino ha habido mucho dolor, lágrimas versadas y contenidas, y horas de insomnio por la pérdida de la casa que durante 37 años fue construyendo poco a poco junto a su familia.
"La adversidad que no podíamos controlar aquellos días la canalicé escribiendo como una terapia", cuenta González (Los Llanos de Aridane, 1954), que hasta ese momento había escrito poesía, teatro y cuentos para niños.
"Cómo no tenerle miedo a una fiera que se revuelca y embiste tras nuestros pasos. Y aúlla acechante, con la belleza feroz de una llama que se agranda embaucadora", escribió el día en que comenzó la erupción, el 19 de septiembre de 2021.
Hasta ese momento "no éramos conscientes de que vivíamos en una zona volcánica", confiesa.
"Aquel día -describe- comenzamos a escuchar ruidos subterráneos, como si fuera un río. Mi hermana veía una serpiente reptando por debajo". Tras evacuar la casa, regresó a ella en días posteriores en tres ocasiones, 15 minutos cada vez, como estipularon las autoridades, para recoger enseres.
"La primera vez no me llevé nada, porque no sabía qué llevarme. Sí me llevé mis libros más amados", entre ellos de Octavio Paz y Jorge Luis Borges, cuenta. El último día se llevó "fotos, cuadros, ropa y cosas que uno piensa que va a necesitar como el porta-bizcochones".
Era "como si viniera la guerra y hubiera que desalojar la casa".
Ella no se llevó más enseres "porque pensaba que no me iba a llegar. Además para darle gusto a mi hijo, que me decía: No lleves tantas cosas porque estás dando permiso al volcán para que entre".
La colada del volcán se paró justo en una de las huertas de la casa "que se quedó intacta. Allí estuvo tres semanas".
Así que su esposo y sus hijos "fueron, transgrediendo las normas, a recoger todos sus libros. De regreso por la carretera vieron que venía bajando una colada inmensa tragando todas las casas. Se bajaron de la furgoneta y se despidieron de la casa".
Cuando "vi la tristeza en los ojos de mis hijos comprendí que algo terrible estaba sucediendo". "Yo vi mi casa morir como si fuera un ser vivo", afirma la escritora, que subraya que "aquella lava en su panza lleva nuestro recuerdo, nuestra memoria y nuestro aliento".
El barrio de Todoque, de un millar de habitantes, en el que vivía, fue engullido completamente y hoy su lugar está cubierto por coladas. "Nuestra casa estaba pintada de azul y cuando paso me creo que veo sus reflejos. Es un afecto roto", dice la escritora, que sufre de pensar que "tu casa está ahí abajo y la gente va a pisarla".
Ayer pasó por octava vez por delante, junto al resto de escritores participantes en el FHE, entre ellos una veintena de autores de México, país invitado de esta edición, y a quienes este volcán les recuerda a los mexicanos.
"De joven veía cómo el sol salía entre dos volcanes. Viendo las coladas me acordé de mi padre que nos llevaba a ver las del Iztaccihuatl", contaba hoy el escritor mexicano Sealtiel Alatriste en la mesa redonda "Historias sobre escritores, historias sobre volcanes".
La colada volcánica ocupó 1.219 hectáreas y destruyó tres millares de edificaciones, y 7.000 personas fueron evacuadas durante la erupción.
En el valle "la gente tiene la mirada triste", señala González, que dice que "un año después estoy igual, porque todavía no tengo proyecto de futuro. Quieres recordarlo con un afecto feliz, pero siempre hay nostalgia".
Tras alquilar de forma provisional una vivienda en el municipio cercano de Tazacorte, ella y su familia esperan poder ir algún día a Puerto Naos, donde tienen un departamento al que no pueden acceder porque la localidad está cerrada debido a la presencia de gases letales procedentes del volcán.
"Estamos esperando a que se vayan los gases letales. Cada día miramos las medidas", dice.
"Deberíamos aprender a ser resilientes, pero cómo aprendes tú de la adversidad? Sacarle provecho de un mal me parece hasta cruel", sostiene.
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