Ladrón de imágenes de calidad, artista antes que fotógrafo, también un personaje tímido hasta el punto de ser entrevistado permaneciendo en la sombra, de espaldas o tapándose la cara con la mano: eso y mucho más aparecerá sobre Henri Cartier-Bresson en la primera gran exposición sobre sus cuarenta años de relación con Italia que el Palazzo Roverella, en Rovigo, norte de Italia.
La muestra se abre hoy y durará hasta el próximo 25 de enero de 2025.
Las 160 imágenes en blanco y negro elegidas por Clément Cheroux, director de la Fundación que lleva el nombre del maestro, y por Walter Guadagnini, director artístico de Camera, documentan los viajes realizados en varias ocasiones al Bel Paese por el gigante de la fotografía entre 1932 y 1973, cuando decidió parar y volver a su antiguo amor por el dibujo.
La historia de las transformaciones de una nación, y en particular de su Sur, que surgió a pedazos del fascismo y del desastre de la guerra para avanzar hacia un boom económico también lleno de contrastes y contradicciones, va de la mano de la evolución artística de Cartier-Bresson.
El joven Henri tenía sólo 24 años y tenía ideas confusas sobre su futuro cuando, tras salir del cuadro impresionado por un plano de Martin Munkacsi en el que tres niños corrían hacia una ola, tuvo su primer encuentro cercano con Italia.
Junto con su hermano amigo André Pieyre de Mandiargues y su novia Leonor Fini, visita Trieste, Florencia, Livorno, Siena, Nápoles y Salerno.
El fotógrafo compra una Leica con la que crea algunas de sus obras maestras, captando lugares, el espacio entre luces y sombras, líneas y volúmenes, sin referencias a la vida durante el Régimen. La vena surrealista de sus conocidos parisinos, que también reaparecería más tarde, brilla en el primero de sus rarísimos autorretratos, con un pie asomando por la pernera del pantalón.
''Está fundamentalmente desinteresado por la sociedad, pero busca en el mundo una serie de equilibrios, visiones y lógicas pictóricas'', observa Guadagnini.
A su regreso en 1951, ya famoso por la exposición en el MOMA de Nueva York y por la Agencia Magnum creada en 1947 con Capa, Seymour, Rodger y Vandivert, viaja entre Roma, Abruzzo y Lucania centrándose en la sociedad y las personas en reportajes para las principales revistas internacionales, Life, Vogue, Harper's Bazar.
Pero es en Scanno y Matera donde produce sus obras más impactantes, las mujeres de negro durante la Navidad o la cesión de tierras en la zona de Metaponto, inmortalizando a un agricultor que les agradece con el saludo fascista.
En la capital, Cartier Bresson retrata la vida cotidiana, donde "todo sucede en la plaza", y fotografía a Carlo Levi, cantante de ese sur campesino y atrasado conocido por el público internacional gracias a Cristo si è fermato a Eboli, que el maestro francés como otros colegas italianos pretendían traducir en imágenes.
Regresó allí en 1958-59 documentando la proclamación de Juan XXIII y los cambios de una ciudad que tuvo que lidiar con los suburbios en expansión -aquí está Pasolini hablando con los niños- y con los atascos de tráfico.
Después de los encargos industriales de Olivetti sobre la fábrica de Pozzuoli y su atención a la modernización de Basílicata, en 1971-1973, en su último viaje, volvió a centrarse en Venecia, que ya no eran los turistas en góndolas del pasado sino los trabajadores que se manifestaban y en Posillipo retrataba a una pareja contemplando un panorama de fábricas.
''Henri Cartier Bresson tiene la capacidad de combinar un enfoque pictórico con la explotación de las posibilidades que ofrece la fotografía -observa Guadagnini-. No construyó la imagen sino que esperó el momento intentando no ser visto".
"Italia es el país que Cartier Bresson más ha fotografiado, junto con Estados Unidos y la India. Es incomprensible que nunca antes haya habido una exposición sobre este tema'', añade Chéroux recordando que el maestro expuso en el MOMA en 1946, en 1952 en Londres, Florencia y Japón, publicó el libro ''Images à la sauvette'' (Disparos robados) con portada diseñada por Matisse y expuesta en 1955 en el Louvre.
''Ningún otro fotógrafo de la época podía reclamar tal reconocimiento internacional. Esto lo convierte, especialmente en la segunda mitad del siglo, en el más importante".
"Desde el principio se consideró un artista y no un fotoperiodista, y aunque en una segunda fase lo fue al fundar la Agencia Magnum, siempre abordó la práctica fotográfica con una altísima exigencia artística que se traduce en calidad formal, profundidad y rigor intelectual''.
Para cerrar la bella exposición del Palazzo Roverella, contra la tendencia actual, se podrá ver el documental RAI de 1964 con texto de Giorgio Bocca que critica la "enorme ambigüedad" de Cartier-Bresson, el fotógrafo anónimo que no quiere ser fotografiado y juega a ser narciso y exhibicionista.
Ante lo cual, Cartier-Bresson responde de la siguiente manera: "Hablamos de todo menos de mí. El trabajo que hago me obliga a permanecer en el anonimato. Es una profesión que se practica a quemarropa, pillando a la gente con la guardia baja".
Ya sea verdad o ficción, inclinación de carácter o esnobismo, el artista, acertadamente definido como el ''ojo del siglo'', sigue brillando por haber entendido la fotografía como una forma de vida que se logra poniendo "la mente, el ojo y el corazón" en la misma "línea de visión''.
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