Un dibujo infantil que retrata a un hombre sentado ante un escritorio bajo una lámpara y la leyenda "mi papá es parlamentario", lleva la firma del pequeño Giulio y el retratado es su padre Giorgio, en su vida pública, como joven directivo del Partido Comunista Italiano (PCI), que llegó a ser senador vitalicio y hasta presidente de la República, y también en su vida privada.
El título del libro refleja lo que sintió Giorgio Napolitano, cuyo compromiso político fue vivido ante todo como una responsabilidad civil e institucional, y casi nunca se separó de la vida familiar.
Y aquí están los Napolitano en las habitaciones de su casa, primero en Monteverde y luego en vicolo dei Serpenti en Monti, con la madre Clio que gestiona los aspectos de la vida diaria, o las visitas a la casa de Enrico Berlinguer, con quien las divisiones siempre fueron solo política, mientras las relaciones se basaban en la estima y la corrección.
Giulio recuerda la amabilidad de doña Letizia, que conoce su apasionada fe en el Lazio, y siempre hablando de fútbol, ;;de Walter Veltroni, que tocaba el timbre de la pequeña casa familiar acompañado de Bruno Giordano y Lionello Manfredonia.
En 2006 se produjo el punto de inflexión que llevó al ex líder del Partido Comunista Italiano al Quirinal: en el libro, el autor relata muy brevemente cómo se llegó al nombre de su padre y luego habla de la tranquila felicidad que siguió a las elecciones.
El presidente regresó a casa para el almuerzo, que "excepcionalmente" no tenía lugar en la cocina, sino en la sala donde cenaban sus amigos.
Por último, seguían llegando tarjetas y felicitaciones, hasta el punto de que doña Clio comentó por la noche: "Mi marido se ha convertido en jefe de Estado y yo en portera.
Llevo horas coleccionando cartas. Así es la vida".
Hacia el final del mandato de siete años, Giulio acompañó a
su padre en una visita de Estado a Washington donde tuvo lugar
el encuentro con Obama, del que surgió una confidencia hecha
durante las últimas líneas de la conversación en la que los dos
jefes de Estado hablaron de una cuestión relativa a la OTAN: "A
veces preferiría funcionar dentro de un sistema parlamentario
como el que existe en Europa", dijo el entonces presidente
estadounidense, explicando que este último no tiene el defecto
del sistema estadounidense donde, si el presidente no tiene
mayoría, aún debe permanecer en el cargo sin la posibilidad de
continuar con su agenda política.
Napolitano podía sostener un enfrentamiento con el ocupante
del Despacho Oval sin intérprete: hablaba un inglés fluido,
entre los pocos políticos de su generación, porque, como
admirador de Churchill y de la política inglesa que llevó al
país a resistir la invasión nazi, quiso estudiar el idioma
cuando era niño con un profesor privado.
El mandato de siete años estaba llegando a su fin y Giulio
también estaba contento: durante el mandato de su padre en el
Quirinal, dijo, "nunca tuve la cabeza completamente clara. Yo
también había soportado sobre mis hombros un poco de ese mundo
que mi padre tuvo que cargar, esta vez al más alto nivel".
Pero las elecciones de 2013 ofrecían una imagen sin
precedentes de un país no bipolar pero con tres bandos, dado que
la coalición Grillo emergió junto con la centro derecha y la
centro izquierda; ninguno, sin embargo, pudo expresar una
mayoría.
En tanto, ganaba terreno la hipótesis de la reelección de
Napolitano, a la que el presidente se opuso firmemente, hasta el
punto de que tenía preparado un certificado médico en el que se
enumeraban los problemas físicos que debería sacar a la luz en
el momento adecuado. Pero luego no hizo nada al respecto.
El nombre de Franco Marini se utilizó para el Quirinal, que
fue "quemado" en las urnas, luego Romano Prodi fue hundido por
los francotiradores.
Napolitano fue reelecto, pero, observó Giulio, "no había
lugar para ninguna satisfacción".
Las memorias continúan llenas de reconstrucciones de la vida
política de aquellos años (por ejemplo la relación con Silvio
Berlusconi con quien hubo una diversidad "incluso
antropológica"), pero no faltan momentos de ternura mutua como
cuando, hacia el final, el presidente, sosteniendo la mano de
su hijo, le murmuró: "Cuánta gente hemos conocido".
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