Un espectáculo dentro del espectáculo: deportistas profesionales sobre el escenario compitiendo por un premio total de casi tres millones de euros, de los cuales más de medio millón se destina sólo al ganador. En la platea, un público festivo y variado se agolpaba en mostradores repletos de pintas y entusiasmo. Escenas del Oktoberfest, pero con el toque e ironía típicamente británicos.
La cita es en el Alexandra Palace, un edificio victoriano de 151 años de antigüedad en el norte de Londres, con entradas agotadas para cada sesión de carrera: este año las 90.000 entradas disponibles se agotaron en 15 minutos. Un récord que confirma la frenética espera, cada vez mayor con el paso de los años, por los dardos, un fenómeno mediático consolidado, con el que muchos sueñan que se convierta algún día en disciplina olímpica.
Ahora en su 32ª edición, con poco menos de 100 atletas en competencia (de 27 nacionalidades), el favorito sigue siendo el campeón defensor Luke Humphries, pero la espera es toda para el niño prodigio Luke Littler, capaz el año pasado, a los 16 años, de ser un novato absoluto, de llegar a la final.
Impresionante por la precisión de ejecución y la fuerza mental, las dos principales cualidades que se exigen a los jugadores de un deporte, los dardos, perpetuamente equilibrados entre la disciplina deportiva y el agradable pasatiempo de pub, donde los dardos han entrado en el tejido sociocultural de la isla.
Hasta convertirse en un auténtico culto en la capital. Lo que hoy también atrae a los jóvenes, tanto por el ambiente festivo que rodea los torneos, como también por los premios en juego: un jugador gana hasta 8.000 euros al día en caso de victoria, y el más fuerte, entre actuaciones y trabajos publicitarios, puede conseguir salarios anuales considerables.
La mayoría de los participantes siguen teniendo pasaporte británico (que han ganado 27 de 31 Copas del Mundo), pero la base de jugadores ahora es internacional.
También gracias a la retransmisión televisiva (el Mundial se retransmite en directo incluso en Italia) explota el carácter hipnótico de los dardos, capaces de pegar a millones de espectadores al sofá gracias a la repetición idéntica del mismo gesto simple: cargar el antebrazo y lanzar el dardo hacia el blanco (Toro), de diámetro estándar de 45 centímetros, colgado a una distancia de 237 cm de la línea de tiro.
Pero es el acompañamiento lo que hace que la Copa del Mundo sea un evento imperdible en su pintoresca excentricidad. Como es tradición, los espectadores se presentan vestidos de las formas más imaginativas e inverosímiles, disfrazados de sacerdotes o animales, personajes de cuentos de hadas o series de televisión.
Y luego está la cerveza, protagonista absoluta de las horas de competición: se calcula que se beben medio millón de pintas durante el campeonato del mundo. Las rubias se sostienen con una mano, con la otra se muestran carteles con mensajes de aliento para los jugadores. Pero también saludos en casa dirigidos a los seres queridos frente al televisor. Porque el Mundial de Dardos es un asunto serio, pero no tanto.
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