Los primeros análisis, confiados a Beatrice Demarchi, de la Universidad de Turín, revelan que se trata principalmente de huevos de gallina. Y es la única ofrenda "animal" que se encuentra en la cuenca de San Casciano.
"Pero no nos sorprende - señala Jacopo Tabolli, el arqueólogo científico responsable de la excavación - porque los huevos son símbolos regenerativos, vinculados al nacimiento y a la vida y no es extraño encontrarlos en santuarios de este tipo, en la época etrusca, itálica y romano, donde el huevo tiene una larga tradición ritual".
Lo sorprendente, subraya, es precisamente el estado de conservación de estos huevos, realmente sorprendente si se piensa en los dos mil años que pasaron en el barro. Algunos de ellos, dicen divertidos los jóvenes que la Universidad para Extranjeros de Siena llamó a colaborar en la campaña de excavación, "se nos rompieron en las manos, el olor era nauseabundo".
La hipótesis, explica Tabolli, es que "la deposición en el barro se produjo rápidamente y al mismo tiempo que la de las estatuas" y que la capa de tejas colocada sobre los regalos selló de alguna manera todo el tesoro, eliminando el oxígeno, como en una especie de vacío.
Una acción que se habría producido en una fase precisa de la larga vida del Bagno Grande, más o menos en la época del emperador Claudio (siglo I d.C.), cuando, probablemente tras la caída de un rayo que lo dañó, los romanos renovaron el lugar y ampliaron la gran piscina heredada de los etruscos.
"Para ello retiraron todas las estatuas que adornaban el perímetro y todas las monedas y objetos preciosos acumulados hasta entonces en el santuario y los enterraron cuidadosamente en el fondo de la tina, junto con los huevos, para confiárselos al dios del agua".
TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS © Copyright ANSA