La tradición del café está considerada una parte integral de la cultura italiana, un rasgo típico del "bel paese".
Basta pensar que la rutina cotidiana de la mayor parte de los italianos comienza con una taza de café, rito que más tarde, a media mañana, se convierte además en un momento de socialización en el bar.
Según datos de YouGov 2021, los consumidores italianos beben café por diversas razones: el 68% por una cuestión de gusto y aroma, el 58% para concederse un pausa; y el 35% por considerarla una bebida que permite estar despierto y activo.
Además, el 25% de los entrevistados considera al café un elemento de socialización.
No sorprende entonces que 8 sobre 10 italianos mayores beben regularmente café, mientras que solo el 5% no lo consume nunca.
Los italianos en general consideran al café como un elemento distintivo de su país.
Sin embargo, más allá de los datos, no hay que olvidar que el café y sus tradiciones provienen de un encuentro de diversas culturas.
Los orígenes del café en Europa son italianos, porque la primera compañía de esta bebida en el continente se remonta a 1570, en la laguna de Venecia.
Específicamente, quien importó el café fue el médico del cónsul de Venecia en Egipto que, al retornar a la península italiana, llevó consigo algunas bolsas.
Desde entonces, en Venecia el café comenzó a ser popular entre los nobles, a causa de su precio elevado, y en el ámbito médico, por sus numerosas propiedades "benéficas".
Pronto la bebida negra se popularizó y se crearon las primeras tiendas de café, como en Oriente.
La primera cafetería, el Caffe Florian, abrió precisamente en Venecia, bajo uno de los pórticos de la tradicional Piazza San Marco.
En poco tiempo esta se encontró chocando con la competencia y fue precisamente por ello que, en 1716, publicó un folleto con fines publicitarios en el que se destacaban los beneficios del café.
Solo unas pocas décadas después, en Venecia había más de 200 cafés y, desde allí, el café se extendió con la misma rapidez a otras ciudades italianas, incluidas Padua, Turín, Roma y Nápoles.
Las cafeterías adquirieron progresivamente mayor prestigio porque solían ser frecuentadas por personalidades del mundo de la cultura: escritores, filósofos y políticos se reunían alrededor de una mesa, con una taza de café italiano en la mano, para discutir, escribir e intercambiar opiniones.
Así, gracias a las tiendas, el café asumió la importancia social que hoy se le atribuye en Italia: una bebida que simboliza la conversación entre amigos y familiares, una oportunidad para intercambiar ideas y momentos de alegría.
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