Lo indica el estudio internacional liderado por Italia con el Instituto Nacional de Astrofísica (INAF), que analizó los datos recopilados en 700 horas de observación por los telescopios espaciales Xmm-Newton de la Agencia Espacial Europea y Chandra de la NASA.
La investigación, publicada en la revista Astronomy & Astrophysics, también contribuyó a la Universidad de Roma Tre, la Universidad de Bolonia, la Scuola Normale Superiore de Pisa, la Universidad de Insubria, la Agencia Espacial Italiana y la Universidad de Roma Tor Vergata.
Los investigadores dirigidos por Alessia Tortosa estudiaron 21 quásares: galaxias activas alimentadas por agujeros negros supermasivos que emiten enormes cantidades de energía. En particular, los quásares elegidos se encuentran entre los objetos más distantes jamás observados y se remontan a los primeros mil millones de años de vida del cosmos.
El análisis de las emisiones de rayos X de tales objetos reveló una relación que une la velocidad de los vientos lanzados por los quásares, que puede alcanzar miles de kilómetros por segundo, a la temperatura de los gases en la corona, la zona más próxima al agujero negro: gases más fríos resultan asociados a vientos más veloces, que a su vez indican una fase de crecimiento extremadamente rápida. "Nuestro trabajo sugiere que los agujeros negros supermasivos en el centro de los primeros quásares que se formaron en los primeros mil millones de años del universo pueden haber aumentado su masa muy rápidamente, desafiando los límites de la física", afirma Tortosa.
"El descubrimiento de este vínculo entre la emisión de rayos X y los vientos es crucial para comprender cómo se formaron agujeros negros de tan grandes dimensiones en tan poco tiempo - añade el investigador del INAF - ofreciendo así una indicación concreta para resolver uno de los mayores misterios de la astrofísica moderna".
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