Por Manuela Tulli
(ANSA) - CIUDAD DEL VATICANO, 26 DIC - La imagen del Jubileo
de la esperanza es la de ese Papa frágil sentado en una silla de
ruedas: la noche del 24 de diciembre atravesó la puerta santa de
San Pedro así, mostrando al mundo entero toda su debilidad.
Están sus recién cumplidos 88 años, algunos achaques, pero sobre
todo esa apretada agenda que parece insostenible para un hombre
de su edad.
Y luego está el Francisco que camina con sus propias
piernas, sonríe, abraza y bromea. Es el que se vio esta mañana
en la prisión romana de Rebibbia. El Pontífice estaba entre "su"
gente ("cada vez que vengo a una cárcel, la primera pregunta que
me hago es: ¨por qué ellos y no yo?", diría más tarde a los
periodistas), la misma gente para quien este Jubileo dedicado a
la esperanza tiene un significado real.
Las preocupaciones sobre su salud comenzaron a finales de la
semana pasada, cuando tuvo dificultades para conducir algunas
audiencias: "Perdón, estoy muy resfriado", dijo en un encuentro
antes de aceptar cuidarse y pronunciar el Ángelus, el domingo 22
de diciembre, desde Casa Santa Marta. "Lamento no estar con
ustedes en la plaza, pero estoy mejorando. Hay que tomar
precauciones", admitió.
Su estado de salud, en definitiva, parece una montaña rusa,
pero la voluntad de Bergoglio es no detenerse. Por eso, a pesar
de que lo esperaba un periodo muy exigente con las celebraciones
de Navidad y la apertura del Jubileo, a mediados de diciembre
voló igualmente a Ajaccio para una visita apostólica que
consideraba muy importante.
Con esa misma determinación, ha hecho saber que los viajes
no han terminado: en mayo viajará a Turquía, a Nicea, para
conmemorar los 1,700 años del Concilio que marcó un hito en la
historia de la Iglesia.
Es evidente que sus condiciones de salud varían dependiendo
de las horas del día. Como muchos ancianos, Bergoglio se
despierta al amanecer y por la mañana avanza como un tren. Cada
vez son más frecuentes las audiencias que mantiene en las
primeras horas del día, incluso con jefes de Estado. Sin
embargo, para él es más difícil sostener encuentros y liturgias
a medida que avanza el día.
Por ello, la noche del 24 de diciembre su rostro reflejaba
el cansancio. En el atrio de la basílica, antes de la solemne
apertura de la puerta santa, Francisco no sigue el "programa" y
se ausenta unos minutos, tal vez para ajustar la pesada
vestimenta litúrgica o quizá por alguna necesidad personal.
Pero todo esto entra dentro de la naturalidad de un Papa que
muestra al mundo, y especialmente a la población anciana, que es
posible desempeñar su papel a pesar de los esfuerzos y
fragilidades que llegan con la edad.
Así, tras la silla de ruedas, desde hace algunos días también ha
comenzado a usar un aparato auditivo, para no renunciar a nada,
ni siquiera a captar esas confidencias, a menudo susurradas, que
contienen los dolores y alegrías de la gente que tiene unos
instantes para saludarlo de cerca. (ANSA).