Por Paolo Petroni
(ANSA) - ROMA 23 JUL - La cultura Beat estadounidense tenía
apenas unos años y casi no se conocía en Italia (Jukebox al
hidrógeno de Allen Ginsberg llegó en 1965 y En el camino de Jack
Kerouac en 1967), pero Ulisse Benedetti, a sus 24 años,
combinaba curiosidad con un excelente olfato comercial, así que
dejó el local en Trastevere que se convertiría en La Ringhiera
de Gianfranco MulŠ y alquiló una cantina, que cumple ahora 60
años, aunque su verdadera actividad comenzó en 1966.
La llamó Beat 72, por el número de la calle G. Belli, y allí
actuarán Carmelo Bene Y lydia Mancinelli con su desconcertante
Nuestra Señora de los Turcos, a lo que siguieron las nuevas
versiones de Hamlet y Salomé.
Es una cantina oscura y húmeda, a 100 metros del Tíber, a la
que se accede desde la calle por una larga y empinada escalera,
que logra albergar a unos cincuenta espectadores, frente a una
pequeña tarima (cuatro por dos metros) cuna de la nueva
vanguardia que en los años 70 influirían sobre el teatro
italiano con su búsqueda física y visual y la vitalidad
contestataria de las audiencias.
Muchos son los nombres ligados a ese espacio, pero dos
permanecen icónicos e históricos, después de Bene, Giuliano
Vasilic• (y su hermana Lucia) con la poderosa, incisiva Los 120
días de Sodoma, basada en la obra de De Sade
(noviembre de 1972) precedida por una lectura de Hamlet (julio
1971) y MemŠ Perlini con su inquietante y sugerente Pirandello,
¨quién? (enero de 1973).
También vivían allí, por iniciativa de Benedetti, Carella y
Franco Cordelli, las noches semanales dedicadas a poetas que
recitaban sus versos solos y creaban
actuaciones con el apoyo de actores (desde Dario Bellezza hasta
Valentino Zeichen, desde Renzo Paris hasta Gregorio Scalise,
desde Elio Pecora hasta Maurizio Cucchi), de donde surgió en
1979 el primer y histórico Festival de Poetas de Castelporziano.
El Beat 72: un espacio casi legendario que los críticos
suelen vincular con la famosa "meada" que Carmelo Bene
provocativamente habría hecho fuera de la tarima y dirigida
hacia los espectadores, pero que debe su importancia a una larga
programación, que se mantuvo regularmente hasta 1986, pero con
rastros hasta 1991 cuando, ya bajo amenaza de desalojo, Simone
Carella
recuerda haber realizado allí, tras el estallido de la primera
guerra en Irak, el espectáculo El refugio de los artistas,
título emblemático y casi etiqueta que se colocaría al final de
ese local.
De hecho, el Beat 72 siempre fue una casa abierta, un lugar
donde pasaron muchos (algunos nombres: Leo De Berardinis,
Giorgio Barberio Corsetti, Marco Solari, Federico Tiezzi, Cosimo
Cinieri, Roberto Benigni, Mario Martone, que son solo los más
conocidos hoy en día), donde se experimentó, se logró y se
falló,
se creó y se provocó.
Nicola Fano recuerda una noche en la que "un puñado de
espectadores fue hecho acomodarse en butacas sumergidas en la
oscuridad, con una música vaga que sonaba durante media hora. Y
luego nada más, ni una acción, ni una palabra, ni un actor".
Y después ese teatro que se denominará 'Teatro imagen' por
su atención al espectáculo y el efecto visual y el uso en escena
de los cuerpos y luces, casi siempre prácticamente sin voz, sin
un texto real o líneas de diálogo, redescubre la necesidad de la
palabra y se enfrenta a textos nuevos y clásicos.
Luego llegará el Orologio en 1982, creado por Mario Moretti
con dos salas para la joven dramaturgia italiana y la sala Orfeo
de Valentino Orfeo, a la que en 1984 se añade el Argot (también
aún en actividad) de Maurizio Panici y ambos espacios se
convertirán en el lugar de nacimiento de casi todos los autores,
actores y directores de la gran oleada de los años noventa, el
último verdadero período de fervor creativo y de la existencia
de un verdadero nuevo tejido teatral, donde se colabora, se
sigue, se trabaja juntos. (ANSA).